martes, 24 de abril de 2012

Goya

Goya se forma como pintor en el taller de José Luján en Zaragoza, bajo el influjo del Barroco, y refuerza su formación con un viaje a Roma. Sus primeras obras son barrocas y en este estilo trabaja todavía cuando realiza el fresco de la cúpula de la basílica del Pilar de Zaragoza donde se observa la influencia del estilo decorativo.
En 1774 llega a la Corte para acabar de formarse en el taller de Francisco Bayeu, con cuya hermana se había casado. En esta época la pintura de Goya sufre una primera transformación cuando, gracias a su cuñado, comienza a realizar cartones para tapices. Trata temas profanos, como corresponde a los tapices que decoran las salas privadas de la familia real. Es un trabajo que le aproxima a la estética rococó.
La formación de Goya se enriquece, pues puede acceder a la colección de arte de los monarcas y conocer las obras de Velázquez y Rembrandt, a quienes siempre consideró sus maestros. Pero, además, su trabajo en la fábrica de tapices le abrió también las puertas de la aristocracia, y su carrera despegó.
En 1792, sufre una enfermedad que le deja una secuela física, la sordera, que se ve acompañada de una crisis personal causa por la que nace el crítico con la sociedad, que sabe inspirarse en ella para hacer visibles las profundas turbaciones del espíritu. Fruto de ese anhelo es la serie grabada de los Caprichos.
Por entonces realiza los retratos de La duquesa de Alba y, en torno al cambio de siglo, algunas de las obras más famosas de su carrera: los frescos de San Antonio de la Florida y magníficos retratos, como el de La condesa de Chinchón, con la tierna expresión del rostro y el prodigioso cromatismo de los brillos del vestido, el de Jovellanos, donde abandona el antiguo empaque retórico para centrarse en la actitud individual y, sobre todo, el de La familia de Carlos IV, magistral caracterización de personajes que no ocultan, tras los oropeles, su precaria condición humana. También son de esa época las Majas, donde el cuerpo femenino se exhibe como muestra de placer y de poder.
La familia de Carlos IV

La guerra de la Independencia terminó de revelar las paradojas en que se había construido la época de Goya: las ideas del espíritu ilustrado, que él mismo había compartido, encarnadas ahora por los franceses frente al obsoleto régimen de Carlos IV, provocaban escenas de horror.
Fruto de esa visión son los grabados de los Desastres de la guerra: El 2 de mayo de 1808 en Madrid o La carga de los mamelucos, que recoge la masacre del enfrentamiento, y El 3 de mayo de 1808 en Madrid o Los fusilamientos de la Moncloa, verdadero alegato moral en favor de los vencidos, héroes humanos por encima de la maquinaria irracional de sus enemigos.
Los afusilamientos de la Moncloa

En 1819, Goya, viejo y desencantado, compra la llamada «Quinta del sordo», donde, libre de cualquier condicionante, realiza las pinturas negras, en las que da rienda suelta a su imaginación, con pinturas como el Saturno devorando a uno de sus hijos, alucinante representación de lo monstruoso.
Saturno devorando a uno de sus hijos

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